miércoles, 22 de abril de 2009

instante eterno

Te tomaste la molestia de borrar cada uno de los textos, pero este instante sobrevive. Una histeria nostálgica donde uno clickea pero no hay nada. El recuerdo de una noche llena de instantes desde un 152. Intrusas invadiendo las vidas ajenas a través de las ventanas.

(Ahora me doy cuenta q recuerdo la contraseña pero no el mail para poder entrar!!! jajaja)

domingo, 22 de febrero de 2009

Promiscuidad de las manos

Dejo cerrar la puerta del ascensor y me detengo un instante frente al timbre. Manos en los bolsillos. No. Mangas que se alargan para proteger a las manos. Un dedo se asoma para anunciar mi llegada, rápidamente se esconde. La puerta que se abre e inmediatamente su mano, firmemente extendida, a la espera; las mías resignadas, débiles, salen de su guarida. Ambas se estrechan durante un breve instante. Húmedas, intercambian silenciosas su suciedad, su olor metálico de pasamanos de colectivo, olor a perro mojado que exigía una caricia, pegoteo de helado que se derretía a pesar de nuestros esfuerzos, de moco que se resistía a salir mientras yo me resistía a tocar el timbre. Pensar que algunos lo ven como un saludo distante cuando hay tanta intimidad en juego.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Final huérfano

Esperaba que fuese diferente. Una discusión terminante. Mutuas puteadas y nunca jamás volver a vernos. Pero no. El nuestro es un final que no se dice. Sin embargo se intuye, pesado se condensa y cae entre nosotros mientras tomamos nuestra última cerveza una y otra vez. Nosotros y nuestro final... nada. Nadeamos cada fin de semana pero hacemos caso omiso del final ahí presente, lo chocamos cada vez que buscamos un maní con cáscara.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Después de pensarlo un largo rato, escuchar el tono, cortar, escuchar, cortar, mirar el reloj quinientas veces, finalmente me decido a llamarlo. Suena tres, cuatro, cinco veces... Pienso qué decir, ok, ya sé... contestador. Suena la famosa señal que indica que luego de ella hablemos y me resetea. Ahora ya no sé nada. Ayy no sé, no sé que decirrrr.
"Hola, soy yo, no sé qué decirte"
Corto. Me odio. ¿soy yo?, no se me ocurrió nada mejor para decir como por ejemplo mi propio nombre??
Me apuro a llamar otra vez, como si pudiese ocultar esa nefasta oración con un nuevo mensaje.
Redial.
Pienso, pienso, repito. Y de nuevo llego al momento en que la máquina me dice "te comunicaste con el...."
Y yo digo
"hola, perdón, yo de nuevo ... ... cómo odio a los contestadores!". Corto.
AAAggghhh. Pero soy medio pelotuda.
Entonces llamo de nuevo.
Esta vez la consigna es clara: o digo algo concreto o corto. Mensajes oligofrénicos ya dejé los suficientes.
"después de la señal dejá tu mensaje... piiiiiiiip"
"hola.... eh.... hola.... uhhh..... ehhh.... noséparaquéllamo si no sé que decirte y odio a los contestadores." Corto.
Definitivamente debo haber sufrido anoxia perinatal y no puedo dejar de demostrarle que todavía no estoy capacitada para comunicarme telefónicamente. Bueno basta. Reiniciemos. No puede empeorar. Con mucha ternura me tranquilizo a mi misma: No podés hacer nada por empeorar la situación, no puede ser más patético. Pienso, escribo lo que quiero decirle, y estoy lista y preparada cuando después del último llamado me dice "perdón, pero la casilla del.... se encuentra llena, llame en otro momento"

miércoles, 4 de junio de 2008

Siempre estuvo en tu mirada el reproche inevitable por mi silencio sostenido, mi cara triste fija en algún punto fuera de tu ventana, mis lágrimas siempre a punto de caer. Sabrás que todo este tiempo callaba sólo para protegerte? Tu imagen es tan débil, tan inestable, tan difícil de sostener. Cualquier transeúnte desprevenido te condenaría, pero no puedo. Reabsorvo mi llanto. Hoynoahorano. Sé que apenas sospeches que empiezo a expresar mi angustia vas a reacomodarme para dejarme sola en el sillón, una vez más, vas a desperezarte, a agarrar tus llaves y a decir yaestardemevoyadormir. Y yo no digo nada. Son las siete de la tarde, nadie se está yendo a dormir, pero no puedo decir nada. Tantos años y siempre igual. La nada en medio de nada llena de nada. Cada tanto nos descompensamos o al menos lo fingimos. No puedo callar y lloro. No podés irte y me abrazás. Entonces hacemos de cuenta que estamos diciendo cosas nuevas, y repetimos lo mismo de siempre. Te quiero y me hace mierda que me cuentes de tus novias. Tal vez lo mejor sea no vernos más porque al final siempre te vas y me quedo sola extrañándote. Y vos reafirmás que indudablemente tenemos que dejar de vernos, porque cínico y todo no querés lastimarme, y nunca te vas a enamorar de mí. Lo dijiste tantas veces ese nuncamevoyaenamorardevos que casi ni me importa, apenas me llega mientras pienso en que estás preparando tu huida. Te vas y volvemos a lo mismo de siempre. Lo divertido era cruzarnos al día siguiente. cómo va todo bien? todo bien y vos? muy bien bué nos vemos dale nos vemos. Y nada. Tres semanas más tarde nos veíamos como si nada. como si yo no te quisiera y vos no estuvieras pensando que nunca pero nunca te vas a enamorar de mí. Insostenible. Cada vez me es más difícil sostenerte, no condenarte así al pasar. Entonces me aferro a detalles tan ínfimos que a veces los pierdo de vista y nunca puedo repetirlos en voz alta porque se desintegran, se desarticulan palabra a palabra. Detalles.

Eventualmente vas a encontrarte acá. Pasé por tu blog. ah. lo leí. ah. actualizaste. sip. pero tengoqueirmehablamosluego.

El silencio nos une.

sábado, 12 de enero de 2008

Desmitificándote

Es sumamente divertido desmitificarte, aunque es un poco triste también. Puedo ver cómo te desarmás pieza a pieza, pronto serás una montaña de nada. Todas las palabras que nunca te decía ahora te alcanzan, te golpean y te vas deshaciendo.
Cuando todo termine guardaré las piecitas en una caja con tu nombre. Tendré la precaución de perder sólo una.

Antes de que el brócoli florezca

Apurate. Es un instante inadivinable. Ahora todo es tan verde, tan pacíficamente verde, que parece eterno. Te vas adormeciendo, acunado por el color absoluto.... Sin embargo es tan efímero. El cambio será brusco. El florecimiento es paroxístico. Ahora estás tan tranquilo, no lo sospechás siquiera, pero entre uno y otro de tus lentos parpadeos ese brócoli florecerá y ya será demasiado tarde. El amarillo irritante le irá ganando territorio al verde, y eso es irreversible. Lo intentarás todo. Primero prender más luces, creer que es una ilusión, que lo estás soñando. Luego la angustia. Las luces blancas certifican que el amarillo ha llegado. Taquicardia. Taquipnea. Sudoración fría. Abrís las alacenas, aturdido, ruido de ollas, de cucharas, de todo lo que se te cae al suelo. Sin embargo lo conseguís, al rato el brócoli es arrojado al agua hirviendo. Tapás la olla, lo negás, lo esperás con las manos cubriendote la cara. Vas y venís por la cocina, como si eso acelerase el tiempo. Pero ya es tarde. No hay escapatoria. Ella llegará en cualquier momento y no hay nada que puedas hacer para ocultarlo. El fatídico amarillo lo impregna todo.